Gajo a gajo fueron desmantelando al país, saqueando una riqueza que parecía inagotable. Lo que se pensaba que nunca pasaría, pasó, el hartazgo y la indignación de los pobres llegó a la clase media, los jóvenes también decidieron. El fenómeno AMLO germinaba por fin entre las emociones a tope de un pueblo temeroso, apostando sus esperanzas en el redentor de los afligidos, para unos la “única opción”, para otros el “menos peor”, para muchos “un volado al aire”. El mapa político de México cambió, la sociedad se fisura en una desigualdad extrema de ideologías entre los que creen y los que no creen en el nuevo Presidente y su 4T.
Los daños están hechos, les guste o les pese, Andrés Manuel posee ahora todo el poder del Estado, ese mismo poder que ostentaron alguna vez los super presidentes priístas. Victimizarnos es la peor de las opciones, hay demasiados y gigantescos retos para México, pero el asunto se complica, pues de tantos y graves problemas no han sabido priorizar. Y aún suponiendo que las intenciones del nuevo gobierno sean buenas, parecieran no estar informados lo suficiente y/o capacitados como para diseñar las estrategias racionales adecuadas para atacar con eficacia la crisis actual del país. Unos ven esto y otros no, o no lo quieren ver.
La visión general de la 4T puede sonar atractiva, pero aún no alcanzan siquiera a plasmar cómo enfrentarán la complejidad de los retos nacionales. Por el momento la polarización social y el pesimismo generado en los primeros seis meses del mandato de Andrés Manuel crece, en choque con la fe de muchos otros que siguen viendo en él, la esperanza de México. El pasado del cual a diario alude el Presidente, no ha muerto, sigue estando presente, incluso, con algunos de los propios protagonistas de siempre. La transformación sigue en espera, no sucederá solo por estarla repitiendo, como un mantra oficial.
[Asbel Esliman]
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Fotografía de portada: Andrés Manuel López Obrador / Twitter
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