¿Qué tan certeros fueron esos que bautizaron al actual Presidente como el ‘mesías tropical’? Tal vez mucho, tal vez poco, tal vez nada. La figura del líder idolatrado es una de las concepciones humanas más primitivas que a pesar de la llamada modernidad y evolución del hombre perdura hasta nuestros días. El carisma desbordado de un líder social sobre todo político, es un don que entraña en si mismo una multitud de riesgos inherentes al poder, a ese sistema inamovible que contiene los más grandes intereses ocultos, de esos pocos que desde las sombras manejan la política, la economía y los destinos de todo un país.
Pero si nos atenemos a los dichos de Andrés Manuel López Obrador, no debemos preocuparnos, pues él encarna la autoridad moral para guiar al país, y su presencia basta para enderezar el rumbo de México, y evaporar la arraigada corrupción, la cual, asegura, es causa de absolutamente todos los males que aquejan a los mexicanos.
La polémica ha seguido siempre al extravagante tabasqueño, de ser el mas temido, pasó a ser el mas querido y a la vez el mas odiado. Con el paso del tiempo la imagen del revoltoso mutaría a la del luchador social convencido siempre de su ideal y de su causa. Ahí en esas plazas, caminos y pueblos, su carisma le forjaría su preciado capital político, pues ser el gran perdedor empezaba a ser su grandeza.
A diferencia del político común de escritorio, López echaba raíces como un político de campo, era la voz que gritaba en el desierto, el líder de toda esa gente agraviada por la injusticia social y los excesos del poder, sus discípulos se caracterizaban por la intensidad de su fe y devoción, por no objetar, no preguntar, pues su señor no era un político mas, sino un líder infalible, el caudillo salvador.
Al final, fue la obstinación de Andrés Manuel, su resistencia asombrosa, la que lo hizo abrazar la victoria. Su triunfo fue en si una proeza, su insistencia cristalizada en un “por fin” muy esperado. Hay un principio muy conocido que dice que lo que siembras eso cosechas, y lo que sembró por más de una década por todos los rincones del país, lo cosechó el primero de julio en las urnas en un gane titánico, arrasó con la competencia política de tal suerte que le ha permitido ir reestructurando la Federación en todos sus poderes y desde sus cimientos.
AMLO fue un fenómeno que logró verter sobre él un mar de esperanzas, fue el escaparate de esos mexicanos hartos de un sistema corrompido y sin escrúpulos, que en su decepción vieron en él un líder social extraño pero indestructible. López Obrador fue el látigo de castigo para los que antes nos gobernaban. Pero sobre todo, fue el gran genio estratega, el candidato eterno que esperó a la autodestrucción de una clase gobernante putrefacta, oxidada, incapaz siquiera de componer una oposición política básica y funcional.
Pasando su primer año de gobierno, el nuevo Presidente se sostiene aún en una fuerte aprobación, coincide con el sentimiento popular. Su prioridad, dice, son los pobres mas pobres; son los menos afortunados sus ganas por el poder, sea esto cierto o falso, sin duda, es ahí donde se dinamiza su liderazgo, pues los que antes eran despreciados, hoy son reconocidos, los marginados han encontrado su voz y su existencia.
El nuevo reto de México obliga ahora a todos los mexicanos a cultivar la objetividad, la sensatez, la crítica y la parcialidad ante un nuevo poder faraónico, que si bien se tuvo la madurez democrática para la alternancia, no nos adormezca la esperanza, y nuestro destino nos encuentre lúcidos, pues no sabemos si en el horizonte esta transformación sea suelo sólido, espejismo o un nuevo abismo.
Asbel Esliman.
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Fotografía de portada: get directly down / CC-BY
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