
2021 Noviembre 09 martes
LA OLLA DE MENUDO
Se trata de uno de los recuerdos de mi infancia más recurrentes, y que me ha servido de guía durante mis años como reportero, para evitar asumir comportamientos de las personas, con una lógica equivocada.
Tendría quizá unos 6 años de edad. En ese entonces solíamos celebrar la Navidad en casa de uno de mis tíos, hermano de mi mamá, quien vivía a pocas cuadras de distancia desde nuestra casa. Era una fiesta de esas en las que se reencuentran primos, hermanos, y toda la familia extendida. Casa llena. Y como toda fiesta grande también las cantidades de bebidas y comida eran, además de abundantes, variadas.
Mis papás acostumbraban preparar diferentes comidas y postres para esas fiestas. Aquella vez decidieron cocinar una gran olla de menudo blanco, que para ser sinceros es una de sus especialidades. Delicioso, calientito y con bastante grasita. Perfecto para una fiesta navideña.
Una vez lista la comida, que se preparaba el mismo día de Navidad, subíamos todo al carro y lo dejábamos en casa de mi tío para el festejo en la tarde-noche. Sin embargo ese año la olla quedó llena hasta el tope. El reto era llevarla.
Recuerdo que mi mamá intentó cubrirla con papel aluminio y encima la tapadera, con la esperanza de que llegara sin mayores complicaciones a su destino, pero no fue así. Pusieron la olla de menudo en la parte posterior de la camioneta. Era una de esas camionetas familiares típicas de los 80’s, con sus puertas con una cubierta que asemejaba la madera, color azul, larga y pesada.
A mi cargo dejaron la Comisión Especial de “Vigilante de la Olla”, la tarea era simple: si ves que se tira avisa. Avisé todo el trayecto. Era prácticamente imposible que no se tirara el menudo con el movimiento del carro. Mi papá, quien iba al volante, intentaba infructuosamente que el carro avanzara lo más suave posible, pero no se podía. Así pues decidió ir exageradamente lento, considerando la corta distancia de la casa de mi tío.
Pero fue ahí cuando además del tiradero de menudo, los conductores que venían detrás comenzaron a desesperarse, le pitaban a mi papá, hacían cambios de luces, y finalmente lo rebasaban incluyendo a su paso un bello repertorio de insultos (algunos que no entendí hasta pocos años después).
Yo veía a mi papá apretando el volante, claramente incómodo, y pensaba, ¿cómo podemos hacerles ver que traemos una olla llena con menudo y vamos despacio por lo mismo?. Les hacía señas desde adentro, pero nadie me miraba.
Al final llegamos a nuestro destino. la mancha de aceite nunca se borró de la alfombra azul del carro. Pasaron los años, no recuerdo que habláramos del asunto por mucho tiempo. Pero fue un día en el que viajaba en el carro con mi papá, cuando nos dirigíamos a hacer algunas compras, cuando lo escuché reclamarle al conductor del carro que iba frente a nosotros el hecho de que manejaba muy lento.
Sorprendido por su molestia, volteé y le dije: “Papá. Acuérdate de la olla de menudo, ¿qué tal si llevan una ahí?”.